Extraordinaria mujer de tabaco, inercial movimiento de mi alma por un sitio y otro, refugiado en tus ojos y tu piel morena, en tu sonrisa de canto trabajado y melódico.
Charlas horas con el dragón mismo, el captor del deseo y de los sueños, horas que se sienten segundos entre tu risa mágica, en tu mente abierta y decente.
Te ubicas en la cúpula de una de tantas parroquias, una por cada día del año, presume alguien y sonreímos.
“Amiga a la que amo”, te llamo como el poeta, y poesía eres en mis labios, en mis manos, en cada circunvolución de mi cerebro.
Amiga, delgada y bella, suave tu inteligencia me envuelve.
Sube por tu abrigo que llueve afuera y tienes que irte, ya te extraño.